Aquí está: el cine acaba de nacer ese 28 de diciembre de 1895, en el Grand Café, situado en la zona de los grandes bulevares de París. Pero nadie hubiera sospechado entonces que aquellas imágenes vacilantes, tan conmovedoras hoy, darían lugar a un arte, el séptimo de este nombre. Fascinados por lo que van descubriendo, los pioneros se apropian la divisa de Danton: "Audacia, más audacia y aún más audacia" Se lanzan. Prueban. Consiguen. Si los hermanos Lumière son, como dijo Jean-Luc Godard, los últimos impresionistas, Georges Méliès se convierte en el primer poeta del nuevo arte. En sus estudios -hay que ser atrevido- reconstituye noticias de actualidad (el Nodo), por ejemplo la consagración de Eduardo VII. Y gracias a trucajes maravillosos realiza cortometrajes fantásticos entre los que figura el célebre Viaje a la luna (1902).
El público se abalanza. Al igual que se precipitará años más tarde a ver los folletines misteriosos de Louis Feuillade, Fantasmas o Los Vampiros. En cuanto a Abel Gance, éste se consagra a la grandiosidad: para su Napoleón (1927) inventa la pantalla triple, precursora del Cinerama, salvando las distancias.
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